TVE en Villarrubia
En torno al año 1967, las antenas de Televisión Española esparcieron por todo el área nacional un reportaje alusivo a nuestro pueblo con la consiguiente expectación e interés de todos. Justo es destacar, a propósito, la entusiasta y decidida colaboración del gran presentador Alfredo Amestoy, y la no menos valiosa de nuestro paisano Julián Saturio, a quienes lo debemos.
Por lo especial, poco frecuente del caso en aquellos tiempos y para que del mismo tengamos constancia y recuerdo, a continuación lo reproduzco íntegramente.
«Estamos en tierras de Castilla, tierras de surco y trigo en las que sudan los hombres en las que los lagartos ponen sus panzas al sol en hambre de calor.
La vista se pierde en el horizonte, rabiosamente azul, que se adorna caprichosamente con los penachos blancos de media docena de nubes.
Huele a tierra seca en Villarrubia de Santiago; son más de las doce y media, aunque nada importa el dato, porque aquí, en este imperio de paz y de sosiego, el tiempo importa poco, menos que el viento y, por supuesto, mucho menos que la lluvia.
Agustín, el pregonero, descansa de la fatiga de las proclamas municipales. Los corros hacen tertulia y siguen la tradición de hablar mal de los ausentes, todo sin mala intención, para matar ese tiempo que sobra y que se amontona en las esquinas, en los pajares y en la taberna. La señora de Serafín vuelve parsimoniosamente de comprar el pan. Merejo, el sacristán, acaba de tocar a Angelus; los demás van y vienen, sin prisas, sosegadamente, como corresponde al espíritu amarillo y ocre de esta tierra áspera y entrañable, de esta tierra que da, después de mucho pedir, de esta tierra cuajada en tiempo y que parece depositaría de la ambición ataráxica griega y del alcionismo medieval.
Las gentes de Villarrubia son místicas, saben mirar al cielo y esperar; conocen el secreto de las fuentes y entienden el cantar de los pájaros. Tan lejos llevan su sabiduría mística que en la bodega, que es como una gran biblioteca de sabores, regustan el vinillo que da la tierra y lo empapan con pan y con otros aditamentos menos poéticos pero más grasos y consistentes.
Lo que de místico les queda lo invierten en su devoción a NUESTRA SEÑORA DEL CASTELLAR. Esta es su ermita; una ermita que se levanta sobre un cerro hueco, etéreo, que se deja rascar la barriga por los hombres de la mina, porque también hay mineros en Villarrubia. Una ermita vieja en la que la santera, para bien cumplir su oficio, enciende las velas de los votos y las promesas. Una ermita a la que acuden en oración desde Noblejas y Santa Cruz de la Zarza, dos lugares también hermosos a menos de un centímetro de mapa de Villarrubia de Santiago. No es sólo anécdota geográfica la ermita; su espíritu es, a la vez, causa y efecto del espíritu de estas gentes castellanas, buenas gentes que nos ayudan a redondear nuestro punto final.»
Alfredo Amestoy fue pregonero en las fiesta patronales de 1971.
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