En invierno, con mala luz y mucho frío, don Cirilo abría la puerta de la escuela -su feudo- de la plaza. Los alumnos llevaban los libros y los cuadernos en sus cartapacios hechos de tela por las madres. No eran pocos los que iban a la fuerza, sobre todo si tenían novia.
Habla días en que no tardaba en empezar el guirigay. Después de tirarse pelotitas de papel venían las peleas. Don Cirilo, tan propenso a enfadarse, se enfadaba. Como castigo, escribía en la pizarra de hule negro gastado divisiones con el dividendo y el divisor de infinidad de números. Aquello causaba espanto. Agarraba don Cirilo a uno de los alborotadores de una oreja y lo ponía frente al encerado. La división no tardaba en ser hecha, el alumno se negaba a verse metido en aquel laberinto de números y se sentaba en un banco. El maestro se dirigía a él llamándole "mentecato", "mastuerzo", "alcornoque' y otras lindezas, al tiempo que blandía amenazadoramente una regla de madera que acostumbraba tener al alcance de la mano y aumentaba el jaleo.
No se convencía de que no era posible dominar a aquellos jóvenes con la facilidad que a los chavales que iban de día, ni someterlos con los reglazos que les propinaba. Aunque hubo uno que se reveló sabiendo a lo que se exponía: se escupió las palmas de la manos, yendo a parar la saliva a la cara de don Cirilo. Este se encorajinó, obligando al muchacho a meter la cabeza entre sus piernas, pero antes de que empezaran los reglazos, le mordió y le pellizcó los muslos con todas sus fuerzas. Cuando el chaval consiguió sacar la cabeza de donde la tenía metida, se fue a su casa y nunca más volvió a pisar la escuela.
Otro de los procedimientos que el maestro empleaba era el coercitivo, consistente en dejar a los muchachos encerrados en la escuela. Si habían escrito "haber" sin "h" o con "v", se quedaban hasta que no escribieran cien veces correctamente la palabra.
Don Cirilo comenzó sus servicios de profesor un 11 de mayo de 1881, a pesar de sus arrebatos del mal humor, fue un buen maestro. Sus maneras violentas quedaban compensadas con la cantidad de villarrubieros a los que instruyó en lo fundamental para que pudieran defenderse en la vida.
Eran pocos los alumnos que gozaban del aprecio de don Cirilo. Julián Pedraza era uno de ellos. No sólo porque era un muchacho pacífico y aplicado, sino porque además suministraba material escolar barato, regalado. Don Cirilo se acercaba a él. y, con tono cariñoso, le decía: "Julián, acuérdate de subirte algunos yesones ¡Que sean blanquitos!". El padre de Julián era yesero, de forma que al hijo le costaba poco trabajo llenarse los bolsillos de yesones, que sustituían a la tiza o clarión para escribir en el encerado.
El presupuesto no alcanzaba para tiza. Hubo un tiempo en que, para mejorar el sueldo del maestro, los sábados tenían que llevar los alumnos una moneda de diez céntimos. Su hija, Nati, su ayudanta y luego sustituía, sacrificada en tantos aspectos por el cariño que sentía por su padre y por su vocación de enseñante, merece ser recordada con admiración y respeto.
La construcción del edificio original de nuestras escuelas se remonta a estos principios del siglo XX, abriéndose el primer concurso para la entrega de pliegos el 2 de julio de 1924. Años más tarde, el 21 de noviembre de 1926, ante el notario don Gregorio Carlos Barrasa , el señor alcalde en nombre del ayuntamiento hace entrega de los terrenos destinados a la construcción del edificio escolar al Maestro Nacional don Cirilo Cantero, designado por la Dirección General.
El otro maestro -no había más en esos años-, pobre hombre paralítico de la pierna y el brazo izquierdos, enseñaba las primeras letras. Sus alumnos eran niños de seis a ocho años, algo llorones al principio, pero que acababan tranquilizándose y acostumbrándose al ambiente escolar.
Música: "El brujito de gulubu" - Rosa León
1930 - Don Cirilo, dando clase a un alumno.
Villarrubia de Santiago, le dedicó una de sus calles, quedando su nombre grabado cercano al edificio del colegio público del pueblo. La calle Cirilo Cantero, coloquialmente llamada la calle de la cooperativa, quedó en recuerdo a sus aproximadamente 45 años de dedicación a la enseñanza.
Grupo escolar construido en 1929
Daba sus clases don Dimas en un camaranchón alquilado a Maroto, en pleno Descubierto, lo que le obligaba a enfrentarse diariamente, mañana y tarde, con abundantes productos de urgencias fisiológicas masculinas.
Carecía del respeto y el prestigio de los que gozaba don Cirilo. Se sentía desamparado y hasta le pusieron un apodo: "Capeo", porque en Villarrubia había un vecino conocido con ese mote que padecía las mismas deficiencias físicas que él.
Pero qué preciosa tarea la suya: poner a los muchachitos en contacto por primera vez con los números y las letras. Primero las vocales; después las consonantes, para acabar formando sílabas.
Libro de lectura - 1931
Abría don Dimas el camino por el que, entre titubeos, equivocaciones y entusiasmos, avanzaban las mentes infantiles hasta encontrarse con el milagro de las palabras completas, que leían en el "Catón" o en la "Cartilla". Entrar en ese mundo luminoso tenía algo de segundo nacimiento. Cuando el maestro lo disponía, un coro de finas voces repetía letras y palabras que ya fluían con seguridad y contento, siguiendo el movimiento del puntero que las señalaba sobre un cartón colgado de la pared. Cuando, ya en sus casas, los padres querían tomarles la lección a sus hijos y comprobar los progresos hechos en la escuela, al "a-e-i-o-u" que recitaban los pequeños, los padres, bromeando, añadían "Borriquito como tú". Y les daban un beso para que no se enfadaran.
Fuente principal: Libro "Paseos de placer por Villarrubia" - Manuel Fernández Nieto
1931 - Alumnos de Don Dimas. Escuelas del Descubierto
Fuente principal: Libro "Paseos de placer por Villarrubia" - Manuel Fernández Nieto
Música: "El brujito de gulubu" - Rosa León