Cántaras en las que se traía la leche desde los corrales
Desperdigados por todo el campo, se conservan restos dignos de ver o cuando menos recordar. El corral de las Calderuelas, cerca del barranco de Villoria, destaca por su bella factura y por el sentido práctico puesto en la distribución de sus partes. Pero hay más, el corral de Guardadamas, de la Clementa, Tiempos buenos, de los Jesuses, de los Monteros, Las Platas, chozo Calaco. El sótano Cereño también pudo ser resguardo de pastores y ganados.
Se reproducen sus nombres por su sonoridad, porque son un rescoldo del pasado, y para que no queden definitivamente olvidados, reducidos a cenizas que se llevaría el viento cambiante de la vida. Y también por lo que significaron económicamente, y por la pizca de picaresca que a veces había en su comercio local.
Este pueblo fue un manantial lechero, pero la falta de vocación industrial de los villarrubieros hizo que la leche aquí producida fuese a parar a pueblos donde era próspera la fabricación quesera.
El producto lácteo se transportaba desde los corrales en vehículos ligeros: tartanas, tílburis, pequeños carritos.
El consumo de leche no fue importante en Villarrubia; se vendía por las calles, preferentemente por mujeres. Utilizaban para ello un artilugio en forma de marco de madera, llevándolo sobre la nuca con una correa de cuero. En el marco había ganchos de los que colgaban las lecheras.
Lo picaresco de la conducta de alguna de estas mujeres consistía en que cuando descubrían la presencia del veterinario, con su aparatito de graduar la leche y comprobar que no se le había añadido agua, ellas fingían tropezar, con lo que la mercancía lechera quedaba derramada por el suelo.