De Fútbol



"Flotando, a ras del suelo, los humos de la tejera, negros y malolientes, oscurecían las empedradas eras del "marquesito", convertidas en campo de fútbol, a la salida de la escuela. Apenas se ve la pelota de goma y los límites de las porterías son cada vez más difíciles de precisar. El camino que baja de la báscula a la carretera de la estación está inundado a causa de las últimas lluvias. ¡Qué charcos aquellos que obligaban a saltar hasta el repecho de las eras colindantes! Y luego se merendaba o no se merendaba: un cantero de pan con chocolate, un pozo de pan, aceite y vinagre, pan con vino y azúcar, pan con tomate, pan y sardinas... Sobre todo, pan. Pan de "fotre" (¡que buen humor!) o pan de Gilberto (¡que bien cantaba!), pan de horno y leña. ¡Ni pan Bimbo ni leches!

Los jugadores de fútbol de entonces renovaban las energías gastadas con pan-pan, no con esas mariconadas de ahora. Así que, después de los entrenamientos a las salidas de la escuela, se preparaban para los partidos del domingo. No es que hubiera una liga profesional, era una liga de cuadrillas. Se jugaba en las eras disponibles: las de D. Miguel Lara, la de la Marquesa, las del camino de la Fuente Nueva..., cualquiera que no estuviese ocupada por los cantones o los cerrillos de basura. 

La cuadrilla de Maxi juega contra la cuadrilla de Jenaro. Y aunque los pronósticos les son favorables, el hecho de jugar en su terreno, una de las eras del Hospital, justo detrás de las tapias de la Bodega Cooperativa, es una complicación que habrá de solventarse con buen talante e inteligencia. El suelo está cubierto de hierbajos, piedras y profundos surcos en los laterales. Además de estas dificultades hay un componente moral a superar: la derrota del domingo pasado frente a la cuadrilla de Villanueva (¡siete a uno!). 
Son las cuatro y media de la tarde y la moneda ha favorecido a los de Maxi que juegan con el sol a sus espaldas. Berna está genial. Con seguridad y fuerza mantiene la defensa firme. Segovia, certero como es habitual, ha conseguido batir la portería contraria en tres ocasiones. Ya en la segunda parte, con el sol en los ojos, han sustituido a Segovia por José, el gallego, y la delantera flojea. José se lía con el balón, se precipita en los pases y sus tiros carecen de precisión. Ellos no han estado finos. Ni una sola vez el balón alcanzó la línea abierta entre las dos piedras... 

Apenas queda luz en el aire... 
Tres a cero. Sudorosos, contentos y sintiendo en los rostros el frío del atardecer, recogen sus prendas de vestir... En las últimas transparencias se acercan a la linde del terraplén. Mean. Y cuando el chorro de la orina alcanza la base se deslizan, ascienden, vuelven a descender, las botas resbalan sobre la película acuosa, el culo del pantalón se embadurna de barro... Ya no se ve la lengua sinuosa y zigzagueante de las meadas. 

Y regresan... 
El aire huele a mosto azufrado de la Bodega. El humo de la tejera de Mata parece un hongo vespertino. Hablan en voz alta y ríen, se insultan amigablemente y corren de un lado a otro de la calle... Pero hay un hondo temblor en sus nucas. Sin decir nada presienten los altos cipreses y las carcomidas cruces del cercano Cementerio que envidian el torrente vital de la cuadrilla vencedora. 

Alguien escribirá la anecdótica historia del fútbol en Villarrubia, la historia ciclista, la historia torera. Alguien recordará aquel trasiego dominical, en las escuelas, de camisetas sudadas, botas de lona y balones de reglamento. Aquellos campos marcados con cal, en pendiente. Aquellas porterías, sin red, de marcos irregulares. Todo muy anárquico y azaroso. 
Luego, ordenado por Montesinos. Sus entrenamientos, ya oscurecidas las tardes de verano, sus discusiones con "el Chato", gran y arriesgado portero, con sus irrevocables "espantadas" de no jugar al comenzar los partidos, su confianza en Félix, el mejor defensa que ha tenido la selección villarrubiera y en la pierna zurda de Agustín, y sobre todo, su afable y animoso carácter que le hizo dar al fútbol de este pueblo notables éxitos. 

Esto es casi prehistoria local. Casi de cuando a Cipriano Rey le picó el alacrán en un testículo. En las eras empedradas no se empleaba el cantón. Aunque ahora ya no hay cantones y al alacrán le dicen escorpión, que es más fino pero de idénticas y aviesas intenciones. A Cipriano Rey el cojón envenenado se le puso totalmente como una cebolla. ¡Qué hermosura! 
El cantón era una pieza cilíndrica de cuarzo pulimentado que rodaba sobre los surcos de la lluvia y sobre los terrones de arcilla, alisando el piso, aplanando el grumo y dejando el suelo listo para trillar y jugar al fútbol. La maquinaria agrícola condujo el cantón al paro. A Cipriano Rey le picó el alacrán por casualidad, mientras hacía de vientre detrás de un cantón. ¡Cómo pasan los años! Uno, dos, tres y así. Sin parar. Se acaba uno y empieza otro."



Fuente: Faustino Pino - Libro de Fiestas Patronales (Año 2011)

Música: Tony Ronald - Dejare la Llave en mi Puerta