Página no oficial de Villarrubia de Santiago - Cecilio Granados Cantero



En el año 2013, abrí mi Blog "Historia de Villarrubia de Santiago", en el cual comencé a recopilar distinta información sobre nuestro municipio. Pero un trabajo similar ya se podía localizar en internet hace aproximadamente 20 años, en esa frontera de cambio de siglo Cecilio Granados Cantero ya recopilaba y mostraba en la red distinta información en referencia a Villarrubia de Santiago, la cual nombraba como "Página no oficial de Villarrubia de Santiago"


Actualmente ya no es posible acceder digitalmente a los enlaces de información, pero si alguno de vosotros estáis interesados, tengo una copia impresa, que hice en aquellos años, de la distinta información contenida.

Era variado su contenido: historia, personajes, artesanía, curiosidades, fotografías, etc. En la siguiente imagen, añado el apartado "Donde ir en Villarrubia", el cual resulta interesante a raíz de que muchos de los lugares que se indicaban, actualmente no tienen actividad.


Estoy seguro de que la intención de Cecilio Granados, al igual que Manuel Fernández, Jesús Pino, Leoncio Guijarro, como muchos otros, y cada uno a su manera, la intención es dejar al alcance de todos, información, recopilación de detalles y principalmente muestra del cariño existente, con la finalidad de mostrar y colaborar en valorar las tradiciones, personajes, lugares y en resumen historia de nuestro pueblo, ya sea pasada o presente.

Es por ello que la razón al escribir este artículo, no es otra que anotar mi agradecimiento a Cecilio por su aportación y dedicación es esa necesidad, que no es otra que mantener los recuerdos, preservar nuestra herencia histórica y dar a conocer Villarrubia de Santiago.




Música: "Canción para Mi Pueblo" - Tonio Sibona Nieto

Los "Martinitos" y el Día de todos los Santos.

Realidad y Fantasía de una noche lúgubre

Puerta de acceso a la Torre
(Iglesia de San Bartolomé Apostol)

El 1º de noviembre, Día de todos los Santos, desde bien tempra­no, los Martinitos empezaban el acarreo de todo lo que consi­deraban necesario para pasar la noche en la torre de la iglesia. Subían gavillas de sarmientos, troncos de oliva, mantas..... Había que protegerse del aire que, como todos los años, llegaría de la sierra de Guadarrama. Que no se olvidara la porrona de vidrio, con su funda de soga de esparto y media arroba de vino dentro.


Acababa de anochecer y ya comenzaba el campaneo de clamor que duraría, con pequeños intervalos de silencio, hasta el alborear del día siguiente. El lento, acompasado sonido de las campanas, -tinnn, tannn, tonnn- se extendía concéntricamente, mezclándose con la den­sa oscuridad y el aullido del aire que subía por la cuesta del Pilar levantando polvaredas. En alguna esquina lucía un farol de aceite, con cuya llama jugaba el viento al juego del gato y el ratón, hasta que la apagaba.

Escaleras de la Torre

Los Martinitos, abuelos y nietos, padres e hijos, tíos y sobrinos, se turnaban para tirar de los cordeles anudados a los badajos. Era una fiesta, una aventura inexplicable permanecer despiertos, o "adormiscados", toda la noche, vigilantes, no sabían bien para qué, si para avivar el recuerdo de los vivos hacia los muertos, si para atraer el espíritu vengativo que se les suponía a algunos fallecidos sobre los vivos, o para recordar a éstos que algún día serían como aquéllos.


Se respiraba una atmósfera de temor. Los muchachos más tra­viesos eran amenazados con que vendrían los difuntos y les arranca­rían las orejas para cambiárselas por otras de «pescao». Al amanecer del día siguiente, si las campanas no les robaron el sueño, o si se pasaron la noche esperando la temida visita, lo primero que harían al despertarse sobresaltados sería comprobar que la espantosa permuta no se había producido: lo que palpaban sus dedos eran sus orejas verdaderas, sólidamente puestas en su sitio.


Algunos chavales ayudaban a bajar de las cámaras cajas redon­das de cartón, en cuyo interior se guardaban grandes flores de tela -pensamientos- de color amoratado, y unos aparatos de madera repintados de negro con agujeros para el sostén de las velas. Los faro­les se hincaban en la tierra si eran de mango, o se dejaban planos sobre la sepultura recién alisada. Todo el cementerio viejo era una luminaria cuyo resplandor se veía desde la torre. Los mozos hacían apuestas de valor: irían a media noche al cementerio a comerse entre las tumbas pucheros de harina cocida con leche y azúcar. Puches blandas, que también servirían para dejar en las puertas de las casas señales de que por allí anduvieron las ánimas por incumplimiento de promesas hechas y después olvidadas.

Vistas desde el campanario de la Torre.
(El antiguo cementerio, estaba donde actualmente se localiza la plaza de Toros)

Las mujeres asaban castañas y mordían «huesos de santo», ba­rritas de mazapán traídas de Toledo, que eran ayudadas a entrar a fuerza de traguitos de mixtela. Los hombres bajaban con candiles a la especie de catacumbas que eran las cuevas vinateras. Hasta allí no llegaba el son funeral que los Martinitos arrancaban al metal de las tres campanas -tinnn, tannn, tonnn-. No se reunían en aquel lugar subterráneo para rogar por las almas de los difuntos que lo necesita­ran, ni para alumbrar a nadie, sino para «alumbrarse» a sí mismos tanto como pudieran. Los que no tenían amigos con cuevas buscaban el amparo de una taberna, la de Cascorro. 

Vista de la torre desde Carr.de Toledo, 1950
(Sin la antigua casa del cura)

Al salir a la plaza se veían envueltos en las densas sombras, frías sombras de la noche lúgubre, bajo el amedrentador goteo sonoro. Algunos iban derechos, con pri­sas, al Descubierto; otros se quedaban aturdidos en medio de la plaza, sin saber dónde estaban, costándoles trabajo encontrar su calle y su casa; los que poco antes dijeran que no creían en «eso de las aparicio­nes», quedaban como petrificados al descubrir que en el rincón de los calabozos había una calavera iluminada, y se volvían, en espera de que alguien más saliera de la taberna e ir en su compañía. La calave­ra: una calabaza agujereada con un cabo de vela encendido dentro. Las bromas, aunque macabras, mantenían un equilibrio liberador en medio de un ambiente tan terrorífico.

Vista de la Torre desde la calle Empecinado, 1978

El campaneo se iba haciendo más débil y más espaciado según iba clareando el día, Día de los fieles Difuntos, hasta dejar de sonar por completo.

Los Martinitos, cumplida su misión anual, satisfechos de su tra­bajo, bajaban de la torre y empezaban a recorrer el pueblo pidiendo «algo para el clamor». En su lenguaje, «pa el cramor». Los vecinos a los que habían tenido en vela buena parte de la noche, les daban lo que podían. Se sentían como agradecidos por la visita, y algunos les decían cosas parecidas a ésta: «Que el año que viene también os podamos dar algo». Con esas palabras candorosas y una tímida sonrisa expresarían su alivio de tantos temores nocturnos despertados y un deseo de su­pervivencia: que tarden las campanas en tocar por ellos, por sus al­mas.


Texto: "Comentarios a algunos aspectos de la historia de Villarrubia de Santiago y otros escritos" - 2004 
Manuel Fernández Nieto 

Audio: Toque de difuntos para varón - Satibáñez Zarzaguda